La Charqueada - Melo
Al otro día, después de un desayuno digno de un buen hotel, servido en el parador de La Charqueada, levantamos campamento y pusimos rumbo a Vergara por la Ruta 91, de balasto fino, con buen clima pero sabiendo por los pronósticos que nos íbamos a encontrar con la tormenta de la madrugada más adelante. El camino discurre entre arrozales, con puentes bajos sobre una gran cantidad de cursos de agua, siendo estos puentes anegadizos y por ello en épocas de lluvia, intransitables. Asimismo permite el traslado de la producción arrocera hasta los grandes silos de Saman en Vergara, donde son secados y embarcados por ferrocarril hacia Montevideo para la exportación.
Decidimos visitar, a partir de Vergara, una serie de estaciones ferroviarias, construidas en 1936 cuando se tendió la línea del noreste desde Treinta y Tres hasta la frontera con Brasil. El ferrocarril sufrió, en 1988, la supresión del servicio de pasajeros. Este fue uno de los coletazos del plan Larkin, diseñado allá por los años 50 en los Estados Unidos, para el desmantelamiento de las redes ferroviarias latinoamericanas con el fin de fomentar la industria petrolera a través de incentivos al transporte carretero. Muy bien ejecutado por los políticos de turno, se privó al país de un medio de transporte barato, tanto para personas como para cargas. Éstas disminuyeron drásticamente con el correr de los años, con la excusa de que la inversión para su recuperación era muy grande, mientras se invertía en carreteras cada vez más inseguras.
Hoy, la gran mayoría de las estaciones del país se encuentran abandonadas, cuando no demolidas, o en muy mal estado. La estación Vergara no es la excepción, aunque se encuentra en uso pero no para la población de la ciudad que cuenta con 3800 personas. Siguiendo por la Ruta 18 rumbo noreste, la próxima población y estación es Rincón, en ese momento la última activa de la línea, donde se encontraban los "alojamientos" y talleres de la cuadrilla que estaba reacondicionando el puente sobre el río Tacuarí, dañado hace ya un par de años y por ende la vía cortada hacia el norte, vale decir que la producción de arroz ve limitada su salida. Los plazos de reparación de vías en este país son asombrosos, no importa lo que esté en juego. La estación Rincón está en uso por el municipio local y muy bien mantenida.
Más adelante, al otro lado del Tacuarí, nos encontramos con el pueblo Plácido Rosas, conocido hace unos años por una gran tormenta de granizo que destrozó los techos de las casas del lugar. Buscamos la estación que está en las afueras y con encontramos con un alambrado que cortaba el acceso por el trillo paralelo a las vías. Entramos y al cruzar un pequeño arroyo, nos encontramos con el basurero del pueblo, una gran acumulación de desperdicios sobre el arroyo, una muestra de una clara falta de conciencia ambiental por parte de los pobladores. Hacia adelante un desierto, un trillo hacia un sitio ferroviario totalmente abandonado, en ruinas, que servía para refugio de ovejas. Esto es estación Paso del Dragón, que debe su nombre a un antiguo soldado del regimiento de Dragones que se estableció en esa zona.
Para llegar a la próxima estación hubo que apartarse bastante de la ruta por un balasto firme, llegando a Getúlio Vargas, una pequeñísima población con sus casas en regular o mal estado y donde evidentemente se vive del arroz y del ganado. Su estación, en bastante buen estado, es usada por la escuela primaria del lugar ya que su edificio está en muy mal estado. El conjunto ferroviario, si bien semi abandonado, se encuentra completo, con sus grandes galpones, tanque de agua, cigüeñas, etc.
De allí hasta la ciudad de Río Branco, donde almorzamos bastante después del mediodía y visitamos el puente Mauá, frontera con Brasil. Una obra de los años 30, muy interesante de ver como se resolvieron los accesos sobre las orillas bajas del río Yaguarón. Sin perder más tiempo, salimos rumbo noroeste por un camino de balasto/arena que se acerca al río Yaguarón. Conduce al poblado Uruguay, un conjunto de casas con su pequeña chacra, construido por la Comisión Nacional de Damnificados en la década del 60, debido a los daños de las inundaciones de 1959.
El camino se va haciendo cada vez más difícil, con pasos sin calzar y en los arroyos más grandes, con algún puente de madera que hay que buscar al lado del paso viejo. Llegando a la puerta de una estancia, en medio de un paisaje desolado pero hermoso, con el Yaguarón de fondo y la tormenta al frente, decidimos continuar, ya con equipos para lluvia. Poco más adelante nos encontramos con un par de troperos que llevaban un grupo de vacunos por la "calle" por donde transitábamos -dos alambrados y pasto al medio- a los que les comentamos que íbamos a Paso Centurión. Se sonrieron y nos dijeron que "íbamos a agarrar agua". La tormenta se nos echó encima, o mejor dicho, nosotros entramos en ella. El trillo inundado, de a ratos se hacía invisible por la intensa lluvia. A veces discurría entre alambrados y vegetación, de a ratos por dentro de campos abiertos, pero siempre bajo agua.
Así nos metimos en la Sierra de Ríos, un sitio que vale la pena visitar con buen tiempo. A nosotros nos tocó disfrutarlo con agua y barro en abundancia, hasta caer en algunas oportunidades por ese mismo barro y el cansancio de la larga jornada. Las caídas provocaron alguna torcedura en el manubrio y horquilla delantera de la Yamaha, pero se pudo continuar.
En un momento, sobre la derecha del trillo, al comenzar a bajar una cuesta, pudimos ver al pasar una pequeña construcción oscura y sencilla con un escudo sobre la puerta donde estaba parado el policía del lugar. El hombre no daría crédito a ver pasar un par de locos en esas condiciones climáticas y por ese camino, transitado solamente por animales y tractores.
Luego de algunas equivocaciones al tomar caminos, que nos permitieron pasar por delante de la escuela de Sierra de Ríos -un edificio prolijo y en buen estado- llegamos al paso Centurión, sobre el río Yaguarón. En este lugar están las ruinas de una antigua aduana, instalada en el lugar por ser un paso de ganado contrabandeado entre Uruguay y Brasil. Un par de edificios que servían a los efectos, todavía se yerguen en medio del monte natural, a la vera de un camino que termina allí sobre una barranca alta. Al otro lado, puede verse entre el monte, la continuación del camino en territorio brasileño.
Siendo ya la tardecita y con la luz disminuída por el cielo cubierto y la lluvia, con un gran cansancio encima, decidimos modificar el recorrido y dirigirnos hacia Melo por la Ruta 7, que era justamente el camino que termina allí en la aduana. Pasamos por la población Paso Centurión, un pueblo a lo largo del camino de balasto y, entre serranías, luego de unos 70 kilómetros, llegamos finalmente a Melo.
Allí nos dirigimos hacia un lavadero de vehículos, donde su dueño amablemente nos encendió la bomba y nos prestó el equipo para hidrolavar las motos llenas de barro rojo... y a nosotros mismos, que debido a las caídas también estábamos cubiertos de barro. De esa forma pudimos pernoctar en un hotel de la ciudad, céntrico, caro y simple, donde pudimos crear una cámara de calor en el baño, mediante un secador de pelo prestado, el aire acondicionado de la habitación y una banderola apenas abierta. Allí secamos durante toda la noche nuestras cosas mojadas, o sea todo lo que traíamos.